Ciencias de la Educación

24 de octubre de 2017

Continuación: Caminos y generaciones de paz

Continuamos con los apartes del libro Caminos y generaciones de paz, próximo a publicarse, del profesor Wilson Muñoz Galindo y el colectivo: Caminos y generación de Paz. En esta ocasión con el relato de María.

Continuamos con los apartes del libro Caminos y generaciones de paz, próximo a publicarse, del profesor Wilson Muñoz Galindo y el colectivo: Caminos y generación de Paz. En esta ocasión con el relato de María.

MARIA

Nací en Yopal (Casanare) y desde muy niña crecí en el campo. Somos tres mujeres y soy la mayor de las tres. Por encima mío hay cuatro hombres, de los cuales ya murió uno y del otro no tenemos noticias desde hace cinco años. Mi papá, estaba convencido de que él está en la guerrilla, porque alguna vez nos llegó un mensaje con un vecino que decía que no nos preocupáramos por él, que estaba bien, que más bien saliéramos adelante.

El otro hermano lo mataron, pero lejos de donde vivíamos. Él se fue a trabajar por allá de raspachín y después se puso de conductor pues sabía manejar muy bien y tenía hasta pase. Para que el ejército no lo molestara, siendo más joven, prestó servicio, pero nunca quiso seguir la carrera militar. Eso fue porque desde que era pequeño, oyó contar lo mucho que sufrió la familia con eso de la violencia y mi papá, contaba que fueron liberales y estuvieron con  los que se armaron contra los conservadores.

Ellos eran de Guadalupe Salcedo y de Dumar Aljure. Yo estaba muy pequeña cuando mi papá nos contaba esas historias que nos entretenía hasta tarde. El ahora ya está muerto y de eso yo me acuerdo muy bien. Lo mató el paludismo o la fiebre amarilla, dijo el médico que lo vio. Pero la verdad es que nosotros no creíamos; a mi papá lo mató fue una bruja, para quitarle un ganado. Como a él le gustaba tomar tanto y era tan mujeriego, no es raro que en una de esas borracheras una de esas mujeres lo envenenara. Eso fue una vieja la que le dio algo, porque después de que él se enfermó, se le perdieron unas vacas y unos novillos que estaban en levante.

Era muy cariñoso con sus hijos y con sus hijas. A nosotros a veces nos dejaba ir al pueblo y nos gastaba de todo. A mí me gustaban los chitos y los bocadillos. El murió y nos tocó solos con mi mamá.

Ella era una mujer verraca y se puso al frente de la finca con mis hermanos y conmigo. Claro, yo era la que cocinaba y cuando quedaba tiempo, me ponía a oir novelas. Como todo era tan grande y nos tocaba de todo un poquito, pues había que madrugar. Primero era el ordeño, ver los pollos, hacer el desayuno y a veces ayudar con la enlazada de los terneros. Había momentos muy felices, muy buenos; sobre todo, cuando estábamos con toda la familia, cuando bajábamos a San Luis y también alguna vez que acompañé a mi hermano y a mi papá a llevar un ganado a Trinidad. Él nos quería mucho y me decía que era la más verraca de todas porque era buena para todo y yo, así me lo creía. Yo era la buena para todo en la finca, me decía siempre y eso era por las tareas que me ponía. No me gustaban los encargos, ni los perendengues de las mujeres y las niñas del pueblo. A mí me gustaban era las franelas, hasta me puse una de mi hermano y el otro sin más ni más, me pegó un puño. Mi papá para resolver el problema, le compró una camisa nueva y a mí me dejó la vieja. Mucho después conocí a mi esposo. A él lo conocí en el pueblo y luego por cosas del destino él fue a trabajar con nosotros, ya cuando mi papá no estaba. Como no estaba sino sólo un hombre en la casa y mi papá ya estaba muerto, sólo quedábamos las cuatro mujeres y a veces se necesitaban hasta cuatro o cinco jornaleros para arriar, marcar y sacar el ganado.  José era mi amigo y también amigo de mi hermano y ahí comenzó la cosa. Que un saludito, que una miradita, que vamos al pueblo y todo eso. Así se dieron las cosas y de ésta salieron cuatro hijos, tres hombres y una niña. La finca la dividimos y allí vivíamos todos. Los tres; Dora, Amparo y mi hermano Luis y yo, María. Mi mamá nos repartió la herencia y ella se fue con un nuevo esposo,  por allá en el año 2003 o 2004, se fue para Monterrey. Allá pusieron un restaurante y les va muy bien a los hijos. A mis hijos también los puse a estudiar. Porque yo, ese fue mi error…  yo no estudié por andar con el ganado; por  andar en las tareas de la finca. El año  pasado fue el más terrible. En todas las veredas, al principio, no creíamos que la pelea entre la gente fuera tan monstruosa. Nunca pensé que fuéramos a matarnos entre nosotros. Pero pronto empezaron a desaparecer unos y otros. La verdad, unos se metieron a un bando y otros se metieron a otro. Cuando vinieron a llevarse a mis hijos, primero ilusionándolos con la vida que ellos habían visto, con buenos vestidos, con carros y haciendo fiestas  con comidas para todos… Yo sabía que esas fiestas y esas cosas no eran tan buenas. De eso que es muy bueno, no dan tanto. Entonces fue cuando les dije que nos fuéramos a donde mi mamá. El mayor no hizo caso, sólo me fui con los menores y por un tiempo no supe de él. Hasta ahí vivíamos en una zozobra, con la pensadera todos los días de si volvía o no.

Un día llegaron a la casa de mi hermana y se llevaron al mayor… lo mismo que si, como que no. Pero igual, se lo llevaron. Y vuelve otra vez la pensadera. Ese día le dijeron que venían también por mi hijo. Mi hermana me avisó también con otro sobrino y esa misma tarde nos fuimos para Monterrey. Empaqué lo que pude pero sin nada al mismo tiempo. Lo dejé encargada la casa a mi sobrino y mi hermana, pero de nada valió porque ahora todos estamos regados. Mis hermanos salieron igual y dejaron todo. Yo tenía quince vacas, cuarenta gallinas, dos caballos y ocho perros.

Ahora, miren, no tengo nada. Mi viejo y yo. Él está enfermo, muy enfermo. Nos fuimos para Monterrey, sí, pero sólo estuvimos una semana allá. No sabíamos cómo quedarnos y fuera de eso, allá también estaban los paras. En ese pueblo también mandaban ellos. Entonces, con los ahorros y una platica de aquí y otra platica de allá que nos dio mi mamá, nos vinimos para Bogotá.

Yo solamente había venido a la ciudad durante tres días. Yo pensaba que aquí había muchas oportunidades para progresar y salir adelante, por las facilidades de estudio y de trabajo. Yo creí que aquí era mejor para todo, pero me equivoqué. La realidad es otra. Así sea usted de acá, si no tiene plata, usted no es nadie. Vivir así, es lo peor que me ha podido pasar. Esta capital es muy grande. No conozco nada, ni a nadie donde vivo. Son unos compadres que nos arriendan una piecita y que nos enseñaron a coger el bus. Le doy gracias a Dios que conseguí este empleo, limpiando patios y limpiando baños y los regueros que dejan todos los pelaos. Me acuerdo todavía que un día me perdí y duré como dos horas caminando porque no tenía para otro bus. Al fin un señor me vio cansada y me ayudó y llegué como a las seis a la casa.

Aquí la gente sólo piensa en plata. Nadie ayuda a nadie. No conozco sino donde vivo y donde trabajo. Me molesta no saber bien la situación de mis hijos. Claro que ya son grandes y ya saben lo que hacen. Y mi esposo, él tiene un problema en la espalda y no se le ha podido mejorar. Yo creo más bien que es la pensadera y la tristeza y el encierro. Siempre lo noto de malgenio todo el tiempo, pues como se siente un inútil. Gracias a Dios yo puedo trabajar. Es duro pero puedo hacerlo y hacerlo bien. Lo que pasa es que los jefes no lo tratan a uno muy bien. Creen que una no se cansa. El día de mis cumpleaños mis compañeros me trajeron una torta y ese preciso día llegó el supervisor. Estábamos en el recreo de los niños y llegó y nos regañó. Nos sacó del sitio diciendo que eso no estaba bien, que si queríamos fiestas, para eso estaban las horas fuera del colegio. Como quien dice aquí, aquí no podemos ni hablar. A mí siempre me dan ganas de llorar, ese día, recuerdo que me fui para el baño y lloré hasta que me cansé pero nadie se entera de todo lo que uno tiene que pasar.

Y pues la verdad son pocas las cosas buenas que pasan hoy, por ejemplo estar aquí en Caminos de Paz significa cambiar la rutina y la verdad uno se distrae al darse cuenta que otros están como uno o peor. Hablar de lo que nos ha pasado y como estamos hoy nos ayuda. Además de que aprendemos a compartir otras cosas diferentes y se nos alegra el día.