2 de julio de 2019
La importancia de una corrección/evaluación acertada en una pedagogía para la paz
Samuel Castillo Galeano
Estudiantes y profesores se reúnen para dialogar en torno a teorías, corrientes filosóficas y eventos históricos, como aquellos seres de épocas primigenias que rodeaban las hogueras que iluminaron la gestación de la cultura, para discutir sobre sus planes o sus necesidades. El poder del lenguaje, la fuerza de las palabras, dio pie para que aquellos seres superaran la barrera de la irracionalidad y pudieran expresarse, esto sumado al escucharse entre ellos, les permitió cooperar en propósitos comunes, como el de sobrevivir y transmitir sus saberes a los más jóvenes.
Aprendieron por sí mismos que cazar, cultivar, protegerse o procrear, era mucho más sencillo si se podían establecer acuerdos comunes mediante un lenguaje, quizá no reflexionaron al respecto, simplemente lo hicieron. Hoy conocemos lo que sucedió después, vivimos la evolución de todo lo que surgió en aquel entonces, en las cavernas, los desiertos, las islas. En estos escenarios, se definió el papel del maestro, fundamental en la medida que sobre él ha recaído la responsabilidad de enseñar, de corregir cuando sea consciente de una equivocación, de encausar al estudiante, quien cumple otro rol principal en este proceso: el de aprender. Maestros y estudiantes que no se limitan al aula de clase, que encontraban en el bosque, la montaña o la planicie el lugar perfecto para dialogar y escuchar, para aprender y cambiar, crecer.
Una revisión histórica no tan exhaustiva da muestras de que la guerra ha sido enseñada y aprendida por generaciones, muchas prácticas, prejuicios y concepciones han dado, y siguen, dando pie para que unos maten a otros, les invadan, exploten sus territorios y peores cosas. Los profesores del mundo han jugado un rol fundamental en la enseñanza y aprendizaje sobre la guerra y sobre la paz, como conceptos profundos que hoy significan tanto que superan las barreras que impusieron en algún momento esas palabras. Sin embargo, y a pesar del peso de la historia y de nuestros deseos primarios, podemos enseñar y aprender también sobre la paz, la resolución de conflictos, el contacto con uno mismo, y para esto es fundamental escuchar, y hacerlo con atención, ser humilde y estar dispuesto.
Pocos eventos han marcado tan profundamente a la humanidad como las guerras mundiales del siglo XX, un fenómeno tan absurdo, de resultados tan aterradores, que cuesta entender cómo se permitió que sucediera. En ese momento no era tan descabellado, muchos de sus participantes no dimensionaban la magnitud de sus actos, unos por ingenuos, otros por alienados, quizá otros por cínicos. Lo cierto es que el nazismo, uno de los movimientos que caracterizaron esa época, fue muy bien recibido por gran parte de la sociedad alemana, tanto así que “para mayo, los nazis ya estaban quemando libros (…) los jóvenes de la Asociación Alemana de Estudiantes Nazis, prendieron más hogueras, esta ver para quemar libros escritos por judíos y otros “indeseables” (Stern, Sleeper y Johnson, 1992). Luego llevaron esto a una escala de terror al punto de que quemaron seres humanos.
Como docente le atribuyo al aula de clase, y a su desarrollo, un carácter sagrado. Más allá de la mística que encuentro en la enseñanza y el aprendizaje, considero que la interacción entre seres denota una responsabilidad enorme, particularmente la pedagógica, que corresponde a propósitos nobles y humanos. La conversación permite que profesor y estudiantes puedan poner en común sus pensamientos, y mediante su discurso, puede demostrar mucho más que sus conocimientos. La postura política, la manera de entender el mundo o la vida, lo que se entiende como bueno y malo, puede revelarse en el aula de clase, incluso algo tan profundo sobre sí mismo que quizá antes no se había pensado. El filósofo Gadamer afirma al respecto que “no se trata de la cuestión de llegar al acuerdo, sino de entender qué quiere uno y qué quiere el otro. Se trata de la crítica que el otro ha de ejercer sobre mí y yo sobre él. Esto es justamente la conversación viva, en la que unos con otros no están simplemente de acuerdo, sino en la que se busca llegar unos con otros a algo como el acuerdo.” (Gadamer, 2009)
Es determinante reconocer que como maestro, en el rol de autoridad que debe corregir los errores que identifique en sus estudiantes, no puede pensar que es dueño de la verdad, él también debe entrar en la disposición del aprendizaje, actitud que le permita aprender de sus estudiantes, aprender a cómo ser un mejor maestro, que construya paz y sociedad, y no incentive equivocadamente, fenómenos o movimientos cuyos ideales lleven a la raza humana a la desgracia. Conocer a sus estudiantes y conocerse a sí mismo le permitirá al profesor corregir con miras a construir una cultura de paz, a hacerlo de manera acertada.
En este proceso no debe solo reconocer, sino valorar, la diferencia. El profesor que pretende que sus alumnos piensen como él, que repitan sin cuestionar, está contribuyendo a la formación de seres que se acomodan a su realidad y no pretenden transformarla. “Cada vez más la comunidad de pensamiento y acción abre caminos para comprender que el desacuerdo es un instrumento de crecimiento y que en el campo de lo humano el desacuerdo es un signo vital de la diversidad que nos enriquece y nos libera” comenta Estanislao Zuleta en su texto En búsqueda de una cultura de paz.
Teniendo en cuenta lo anterior, a modo de conclusión, cabe mencionar que esta tarea de corregir y ubicar es realmente compleja. El ejercicio del maestro, si bien puede ser planificado, corresponde a un constante ahora en el que se las ve con sus estudiantes, y toda su profundidad. Eso le obliga a encontrar las palabras acertadas, los argumentos adecuados, que demuestren por qué sus recomendaciones y sus ideas llevarán a los estudiantes no solo a aprender una temática, sino a aprender a ser humanos en un mundo de paz.
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Referencias
Gadamer, H.-G. (2009). Lenguaje y música. Escuchar y comprender. En G. B. Schröder, Teoría de la cultura, un mapa de la cuestión. Fondo de Cultura Económica.
Stern, M., Sleeper, M. & Johnson, M. (1992) Facing History and Ourselves: A Synthesis of History and Ethics in Effective History Education. En Andrew Garrod, ed., Learning for Life: Moral Education, Theory and Practice (Westport, CT & London: Praeger), 131-153.
Zuleta, E. (1999). En búsqueda de una cultura de la paz. Desde una pedagogía del conflicto y la negociación cultural. Ponencia. Manizalez.