14 de diciembre de 2021
EDITORIAL
Es hora de volver
Estimada comunidad de nuestra Facultad de Ciencias de la Educación
Han pasado ya más de 20 meses desde que los habitantes de la ciudad de Bogotá fuimos enviados a confinamiento preventivo, hecho que se convirtió en el primero de los eventos de nuestro país que nos llevaría a enfrentar la realidad de una pandemia que, sin miramientos, ha afectado a todos en el mundo. Hoy, después de este largo período de vida en confinamiento, con restricciones de movilidad y de acceso a lugares públicos, con la preocupación y el cuidado para no infectarnos y no infectar a nuestros seres queridos y, -para nosotros los maestros- con el dolor de mantener cerradas nuestras aulas presenciales, estamos volviendo lentamente y esperanzados con la única certeza que hoy nos acompaña: nuestra realidad cambió.
Este retorno que implica el reencuentro con el otro, con los otros, implica también el encuentro con la realidad de un aula distinta, de una práctica pedagógica que urge replantearse por una razón: nuestras subjetividades se han transformado. Los estudiantes de todas las aulas presenciales empiezan su retorno habiendo pasado por la ruptura de sus trayectorias educativas y de formación, mucho más dramática para los más desfavorecidos: millones de niños sin conectividad[1], más alto riesgo de deserción[2], pérdida de aprendizaje que se calcula en hasta un año de escolaridad (García Jaramillo, 2020), sumado al aumento de la inseguridad alimentaria, a los problemas socioemocionales generados por el maltrato, el miedo, la incertidumbre, la pérdida de hábitos escolares y un sinfín de consecuencias que aún están por identificarse.
Los maestros también retornan a las aulas presenciales con una vida personal y profesional transformada: procesos de enseñanza mediados exclusivamente por recursos tecnológicos o físicos todos en la distancia, ajuste a las metas de aprendizaje, pérdida de horarios laborales, agotamiento, en especial, porque el maestro nunca paró en su esfuerzo por garantizar educación para sus estudiantes a pesar de las nuevas condiciones en que lo tocó ejercer su práctica.
El reto para la educación se hace más grande ahora, luego de estos dos años y a pesar de las dificultades, del agotamiento, de la frustración, del dolor por las pérdidas que se han vivido en este tiempo de pandemia, pues a pesar de ello y quizá por ello mismo, la realidad ha mostrado al mundo la importancia de la educación, de la escuela y del maestro. La pandemia ha hecho evidente que: i. la educación es el fundamento más importante para lograr una sociedad más justa, equitativa e incluyente pues los menos educados han sufrido con mayor crudeza la pandemia y sus efectos; ii. la escuela es el espacio privilegiado para hacer real esta construcción de una nueva sociedad, en tanto, es el lugar del aprendizaje, que hoy se ve enriquecido por las alternativas que la tecnología, los currículos transversales y las nuevas necesidades de formación han emergido y que serán el fundamento de una nueva escuela que garantice la inclusión y la preparación para este nuevo mundo y; iii. el maestro es el actor fundamental para garantizar que el aprendizaje nunca pare, pues su creatividad, su compromiso y su convicción de que la educación es un derecho, han permitido que muchos de nuestros niños sigan en el sistema educativo y que, a pesar de la pérdida en la calidad de los aprendizajes, se estuvo atento y dispuesto a crear las oportunidades y a ir más allá de las condiciones de confinamiento de la escuela que trajo la pandemia.
Superar este reto requerirá de la conjugación de voluntades y acciones: la voluntad política de nuestros gobernantes, quizá la más difícil de lograr; la de los estudiantes a quienes debemos acoger con lo que la pandemia les ha dejado; la de nuestros profesores, con su renovada creatividad y su fehaciente disposición para cumplir con el mandato de garantizar el aprendizaje. Parafraseando al canta-autor español Arrebato, es hora de volver a vernos, pero en especial de vernos volver.
Cecilia Dimaté 29 de noviembre de 2021
[1] En Latinoamérica se registran para el año 2020 se registran más de 40 millones de hogares no conectados, de los cuales la mitad se ubica en los dos quintiles más pobres (CEPAL, 2020)
[2] La Unesco prevé que 23,8 millones de niños y jóvenes en el mundo podrían abandonar la escuela (Naciones Unidas, 2020), en especial los jóvenes porque se han visto abocados a aportar a la economía familiar o por los bajos niveles de motivación frente al estudio.