4 de mayo de 2019
Educación y paz: un compromiso insoslayable
Daniel Guillermo Valencia
Desde el comienzo de las negociaciones en la Habana (Cuba) entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc, se empezó a ventilar la discusión y el debate público sobre cómo asumir el reto de la paz en la escuela básica y media. De allí han salido propuestas como la cátedra para la paz y otras estrategias pedagógicas para que directivos, profesores y estudiantes se involucren no solo en el apoyo al proceso de negociación, como tal, sino en identificar mediante qué prácticas y formas de interacción la educación puede hacer aportes para alcanzar la paz en todo el territorio.
Frente a esto, lo importante es que los educadores -directivos y docentes- sepan asumir el reto, cuidando que las estrategias de educación para la paz no las corroa el paso del tiempo y queden reducidas a la formalidad de planes de estudio o, a otra más, que se agrega al sinnúmero de actividades que agobia diariamente la labor docente. Ocurrió hace más de dos décadas, con el entusiasmo que despertó la proclamación de la Constitución de 1991. El afán fue introducir en los planes de estudio las cátedras de Constitución, derechos humanos o competencias ciudadanas, que, en el mayor de los casos, no pasaron de ser eso: asignaturas meramente informativas, sin impacto alguno en la cultura política del país.
Para evitar caer en el mismo vacío, se debería empezar por dejar de denominar cualquier estrategia actual como educación para la paz. Nombrada así, alcanza a tener la connotación de volverse opcional, frente a otras propuestas que bien podrían ser: educación para la guerra, educación para la confrontación, educación para el consumo, o educación para cualquier otra actividad. Es mejor hablar de educación y paz, para que las propuestas pedagógicas que desarrollen las instituciones y los agentes encargados de la educación, vayan en dirección de comprender las causas del conflicto en Colombia y buscar, creativamente, maneras de asumir las diferencias, los choques de intereses, y las posturas opuestas, sin tener que recurrir a la violencia física o verbal.
Educación y paz implica, primero que todo, que en los colegios se generen espacios y formas de encuentro para ventilar los conflictos naturales que surgen del tener que lidiar cada día, unos con otros, en medio de las diferencias, las resistencias y los desacuerdos que caracterizan el estar juntos, en cualquier forma de agrupación social. Directivos y docentes tienen pendiente la tarea de estimular procesos internos de interacción que ayuden a manejar los conflictos, entre los alumnos y entre estos y los docentes, ya no de manera punitiva, como se hace en la mayoría de los casos, sino enseñando a los estudiantes a encarar el conflicto de manera dialogada, franca y siempre buscando acuerdos.
Educación y paz también demanda que, más allá del cumplimiento de un decreto del MEN, directivos y docentes se empeñen en fortalecer la enseñanza de las ciencias sociales, en especial la historia y la geografía, sacando todo el provecho de las amplias posibilidades que hoy se tiene para el acceso a la información. Se requieren maestros bien preparados en estas áreas, porque el conocimiento de la historia, asociado al de la geografía, permite a los estudiantes conocer las causas estructurales del conflicto y les orienta para identificar cuál es su rol como ciudadanos capaces de enfrentar y terminar con los odios y los miedos que, desde los espacios cotidianos, alientan la guerra.
Educación y paz, exige de los educadores rigor y disciplina en el estudio de la historia y la geografía para lograr una enseñanza dinámica, indagando y manejando fuentes diversas y opuestas, unas con otras, y con una argumentación fundamentada en datos verificables, para que los estudiantes se formen con criterio, como ciudadanos que conocen el contexto en el que viven. Enseñar con rigor historia y geografía, es dar herramientas teóricas y conceptuales necesarias para que los alumnos entiendan que el conflicto no es solo en armas; que hay conflictos sociales pendientes por resolver, y que la paz no consiste simplemente en la desmovilización de un grupo armado insurgente, sino en la construcción de un Estado fuerte y una nación integradora.
Educación y paz, implica, finalmente, una pedagogía y unas didácticas que formen en pensamiento crítico y en capacidad de argumentación. Esto ayudará a que los estudiantes no continúen siendo presa de falacias como el consumismo, el determinismo tecnológico, la obsesión por él éxito a costa de lo que sea, y los discursos vitalistas de patria, credos o identidad, que se difunden con rabia y maledicencia por esa cloaca que llaman redes sociales digitales. Para esto, la vuelta a la filosofía y el rigor y constancia en la enseñanza de la lectura y la escritura son indispensables en todo proceso educativo, desde la primera infancia hasta los estudios de postgrado.
En resumen, la educación en la escuela es el laboratorio más adecuado para que el país logre solidificar las bases que le permitan la construcción de una paz duradera y genuina, mediante la formación de ciudadanos dispuestos a defenderla y a no repetir los equívocos que nos trajeron y nos mantienen en guerra. Por ello, educación y paz es un compromiso insoslayable de la escuela.