Ciencias de la Educación

26 de octubre de 2019

EDUCACIÓN Y PEDAGOGÍA PARA LOS NIÑOS EN ZONAS DE CONFLICTO

Síntesis de la ponencia presentada en el 10°Congreso Mundial para el Talento de la Niñez

Adalberto León

Los adultos deberían: “…Sacarnos de esta zona roja, que nos llevaran para un lugar que merezcamos. Que no nos hicieran coger a las malas las armas…que los viejos cambien las fincas para irnos lejos…muy lejos…donde no hubiera violencia, así fuera hasta la luna.” Joven de 15 años nacido en el Guaviare.

Esta expresión recoge el sentimiento de los millones de niños y niñas que hoy viven de manera directa o indirecta los rigores de la guerra y padecen el impacto de las diferentes formas de violencia, desde la violencia cotidiana hasta la violencia social y política.

Los datos de la Defensoría del Pueblo de hace dos décadas (1999) eran escalofriantes: tres millones de niños han vivido los rigores de la guerra, de estos el 18% ha matado, el 60% ha visto matar, el 70% ha visto cadáveres mutilados y el 18% ha visto torturar (Defensoría del Pueblo, 1999). Seis mil niños y niñas hicieron parte de las filas de combatientes del conflicto armado.

Si el desarrollo de los talentos de la niñez en condiciones normales ya es una tarea difícil, en zonas de conflicto este compromiso necesita articular conocimiento, sensibilidad humana, voluntad y creatividad, es decir sabiduría pedagógica, porque la violencia en todas sus manifestaciones ha interrumpido el desarrollo humano y el desarrollo de los talentos de la infancia.

La problemática de las niñas, niños y jóvenes en zonas de conflicto está asociada con la pobreza, el desempleo y la exclusión que también son formas de violencia estructural.  El impacto del conflicto se entrelaza con la violencia intrafamiliar y la que se vive en los espacios de socialización secundaria por donde circulan las niñas, niños y jóvenes.

Las niñas, niños y jóvenes de estas zonas comparten sus condiciones de existencia en situaciones similares a la de otros niños y sus familias en el resto del país: carencias en educación, salud, nutrición, saneamiento básico; además están expuestos al maltrato, al trabajo, a la drogadicción y al abuso. En general sus derechos les son vulnerados, a pesar de los esfuerzos institucionales para que esta situación cambie.

La escuela está inserta en el conflicto y sus protagonistas (niñas, niños y jóvenes, maestras y maestros, familia y comunidad) han jugado y juegan actualmente un papel fundamental para contribuir a la solución de los traumas de la guerra y para evitar que el conflicto armado vuelva a reiniciarse. Pero para responder a esta problemática, se necesita que la escuela sea repensada y transformada.

En la escuela convergen todos los conflictos de la comunidad. En las zonas de conflicto armado y de cultivos de coca, los conflictos son de tal magnitud que la escuela se siente impotente frente al poder de los actores armados y sus funciones misionales quedan relegadas. En las condiciones actuales las instituciones educativas carecen de estrategias pedagógicas para abordar las causas y consecuencias de la problemática infantil y por ende hay dificultades para plantear alternativas  de solución.

Sin embargo, actualmente la escuela no garantiza la formación de las niñas, los niños y los jóvenes para el ejercicio de la democracia y la convivencia pacífica, pero puede ser un refugio para la vida y un territorio de paz si se hacen los cambios necesarios para escuchar y acompañar a los niños y jóvenes en la construcción de una sociedad más humana para tramitar los conflictos sin violencia.

En este contexto, quienes hemos tenido en nuestras manos, en los últimos 60 años, a tres generaciones de colombianos que no saben convivir en paz, que no comprenden la convivencia, que son intolerantes y dogmáticos, estamos obligados éticamente a revisar nuestro sistema educativo y nuestra prácticas educativas y pedagógicas cotidianas, no porque seamos los únicos culpables de esta barbarie de la sociedad colombiana, sino porque tenemos que ser conscientes de la íntima relación entre la educación, la paz y el ejercicio de la ciudadanía.

La tarea inmediata de los actores educativos es la reconstrucción de los Proyectos Educativos Institucionales y la transformación del ambiente escolar para garantizar la construcción de una escuela donde la vida, el amor, la ternura, la tolerancia, la justicia y el respeto sean los ejes fundamentales en la vida cotidiana. De esta forma, la escuela comprendida como un refugio para la vida tendrá la capacidad de seducir, no solamente a las niñas, niños y jóvenes, sino a toda la comunidad educativa y proyectarse a la sociedad. (CIFISAM, 2005, p.125).

Uno de los aspectos centrales de la educación y la pedagogía que se debe atender en las zonas de conflicto es la formación de los maestros, es decir el de su transformación en las dimensiones personal, profesional y socio política. Entre los protagonista de la escuela, el primero que necesita ser educado es el educador, para que pueda colaborar en la comprensión y superación de las raíces profundas de la violencia. ¿Cómo no repetir, en las relaciones con nuestros hijos y con nuestros estudiantes, la historia de maltrato y de violencia en la que los adultos también fueron socializados? ¿Cómo ser mejores mamás, papás, maestras y maestros para que las próximas generaciones puedan construir relaciones sociales fundamentadas en el afecto y la ternura y no en la agresión, el maltrato y la violencia? Si en la escuela como espacio privilegiado se construyen proyectos de vida individuales y comunitarios, la infancia y la juventud tendrán ideales humanos y proyectos de sociedad diferentes a la barbarie y la muerte.

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Referencias

  • Carvajal, M., Vargas, C. (2004). Para niñas, niños y jóvenes en medio del conflicto armado. ¡Una escuela de oportunidades! Bogotá: MEN – OEA.
  • CIFISAM, (2005). La Escuela: un refugio para la vida. Memoria colectiva de la experiencia con la Secretaría de Educación del Departamento del Guaviare. San Vicente del Caguán: ARFO Editores.
  • Defensoría del Pueblo (1999). Estado de los derechos de la Infancia Colombiana. Boletín N° 20