Ciencias de la Educación

24 de agosto de 2017

El desarrollo humano y los valores: una exigencia ética y política de la educación contemporánea

En nuestros días, simultáneamente con la degradación de la vida humana y la pérdida de sentido de la dignidad humana y sus valores, se han venido generalizando los estudios y discursos sobre la importancia del desarrollo humano y los valores en todos los espacios institucionales internacionales y nacionales, gubernamentales y no gubernamentales.

Autor: Adalberto León Méndez

En nuestros días, simultáneamente con la degradación de la vida humana y la pérdida de sentido de la dignidad humana y sus valores, se han venido generalizando los estudios y discursos sobre la importancia del desarrollo humano y los valores en todos los espacios institucionales internacionales y nacionales, gubernamentales y no gubernamentales. En el mundo empresarial y académico muchos intelectuales también hacen pronunciamientos y declaraciones retóricas sobre la necesidad de educar para el desarrollo humano y la recuperación de los valores, como si se ya se hubiesen construido.

En el mismo sentido, las instituciones educativas, públicas y privadas, incluyen el desarrollo humano y los valores dentro de sus currículos y planes de estudio. Pero paradójicamente, en la vida cotidiana se vive otra realidad: Cada día aumentan los índices de violencia y el desprecio de la vida humana. Las cifras son alarmantes y se expresan en todas las formas y niveles, desde el maltrato cotidiano hasta los crímenes de lesa humanidad y, en todos los espacios de la vida privada y pública: en las relaciones individuales, institucionales, culturales y estructurales de la sociedad. En las últimas décadas “el ser humano ha cometido monstruosos crímenes contra sí mismo y hoy se encuentra preparado bélicamente para la destrucción total de la vida, incluida la destrucción del planeta” (Utría, 2015. p.25).

Para citar solamente un ejemplo, en nuestro país, la dimensión política de la violencia, muestra que entre 1958 y 2012, murieron 40.787 combatientes… al compendiar estas cifras, es posible afirmar que el conflicto armado colombiano ha provocado aproximadamente 220.000 muertos. De estas muertes el 81,5% corresponde a civiles y el 18,5% a combatientes; es decir que aproximadamente ocho de cada diez muertos han sido civiles, y que, por lo tanto, son ellos — personas no combatientes, según el Derecho Internacional Humanitario— los más afectados por la violencia. (Grupo de Memoria Histórica.  2013).

La violencia del conflicto armado tiene una dimensión no letal que acarrea consecuencias igualmente graves. Al 31 de marzo de 2013, el Registro Único de Víctimas (RUV) reportó 25.007 desaparecidos, 1.754 víctimas de violencia sexual, 6.421 niños, niñas y adolescentes reclutados por grupos armados, y 4.744.046 personas desplazadas. El trabajo de Cifras & Conceptos para el Grupo de Memoria Histórica (GMH) reporta 27.023 secuestros asociados con el conflicto armado entre 1970 y 2010, mientras que el Programa Presidencial de Atención Integral contra Minas Antipersonal (PAICMA) reporta 10.189 víctimas de minas antipersonal entre 1982 y 2012. (GMH, 2013).

Aunque llegamos a un acuerdo de paz, los conflictos y la violencia continúan por otros medios diferentes a la guerra. Partimos de una larga historia de más de cincuenta años de guerra interna que ha generado deshumanización, barbarie y horror, ha echado raíces culturales y ha naturalizado y banalizado la violencia contra sí mismos, contra los otros y contra la naturaleza. La deshumanización ya no genera asombro ni indignación, por el contrario, parece que ante el horror de la violencia y la degradación humana respondemos con indiferencia. El testimonio de un habitante de Trujillo, Valle, expresa: “Si no se habla, si no se escribe y no se cuenta, se olvida y poco a poco se va tapando bajo el miedo. La gente que vio el muerto se va olvidando y tiene miedo de hablar, así que llevamos un oscurantismo de años en el que nadie habla de eso (…). Como nadie habla de lo que pasó, nada ha pasado. Entonces bien, si nada ha pasado, pues sigamos viviendo como si nada.” (GMH, 2013).

Para enfrentar esta monstruosidad partimos de dos premisas fundamentales que nos llenan de esperanza. La primera: el ser humano continúa haciéndose humano en relación consigo mismo, con los otros y con la naturaleza y este proceso de hacerse humano nunca termina: tanto la violencia como la paz se aprenden. Ashley Montagu (1990) sostiene que Aprender a hablar lleva muchos meses. Aprender a amar puede costar toda la vida. Ningún ser humano nace con impulsos nobles o violentos. Nadie se vuelve hostil o violento sin tomarse el tiempo necesario para aprenderlo”. La segunda: tal como lo plantea Utría (2015) “el desarrollo humano debe constituir el punto de partida de todo proceso educativo y servir de sustrato de todo sistema de educación público y privado… se trata de una educación para despertar la conciencia del educando como ser humano y como poseedor de unas capacidades, potencialidades y destrezas, que le permitan encontrarle un sentido y una misión a su existencia, y liberar y desarrollar dichos atributos, ponerlos en valor y utilizarlos en su propio beneficio, de la sociedad, la naturaleza y de la especie…un sistema educativo contemporáneo… debe ser no solo un mecanismo de reproducción de la sociedad vigente sino fundamentalmente de cambio social…”(p. 203).

En nuestra facultad tenemos conciencia de esta exigencia ética y política y andamos comprometidos en hacerla realidad. ¡Esa es nuestra tarea y la de Ustedes!

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Referencias

  • Grupo de Memoria Histórica (GMH). ¡BASTA YA! Colombia: Memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional, 2013.
  • Utría Rubén D. (2015). El desarrollo humano. La liberación de la consciencia y las capacidades humanas. Academia Colombiana de Ciencias Económicas. Bogotá 2015.
  • Montagu Aslhey (1999). La naturaleza de la agresividad humana. Alianza Editorial