Ciencias de la Educación

14 de diciembre de 2021

LA EDUCACIÓN EMOCIONAL EN COLOMBIA

Daniel Rueda Gómez

Quien escribe este artículo reconoce que era un escéptico del papel que podría tener la educación en las emociones de una persona, en otras palabras, era incrédulo de implementar en las instituciones educativas la llamada educación emocional.

Es probable que estas dudas estuvieran relacionadas con el hecho de mantener una concepción previa que le atribuye a las emociones un vínculo netamente genético que, en efecto lo tiene, pues parte de nuestra personalidad y de nuestro temperamento proviene de la carga genética que recibimos generación tras generación. Pero el punto de quiebre se dio al percatar que esta concepción desconocía el elemento modificable que tienen las emociones.

Con frecuencia caemos en la trampa de atribuirle muchas obligaciones a la educación y es posible que no todas las transformaciones sociales o en este caso emocionales dependan de ella. Sin embargo, no podemos dejar de lado que, como señala uno de los autores que cambió mi concepción sobre este tema (Mauricio García Villegas en su libro “El país de las emociones tristes), la buena noticia es que la educación es capaz de “modificar lo que es cambiable: ciertos comportamientos, algunas emociones” (p.p. 275). Esa es la buena noticia y es a partir de allí donde la educación puede jugar un rol fundamental en las emociones de cada individuo, de cada grupo y de cada sociedad.

El tema debe llamar la atención de los educadores porque si existe un país que requiera incluir una formación emocional de su población es Colombia. Nuestro país cuenta con problemas emocionales a nivel individual y social que saltan a la vista. Basta con ver su historia plagada de guerras, sus alarmantes cifras de asesinatos, su polarización política, para darnos cuenta que a los colombianos nos gobiernan emociones de corte más negativo, o tristes como las llama García Villegas (2020), que emociones de corte positivo.  

Al respecto, si hablamos en términos del impacto nacional que puede tener una educación con enfoque emocional, vale la pena generar una mirada comparada para evidenciar que otros países con una ardua tradición violenta en años pasados, hoy se muestran más pacíficos. Casos como el de los alemanes y los japoneses, que cita García Villegas  ejemplos concretos de ellos. Los primeros siguen teniendo los mismos genes de quienes hace unos años generaron crímenes como el holocausto y hoy, una educación y una cultura basada en la “responsabilidad histórica” demuestra otro tipo de sociedad. Por su parte, los japoneses que hace años perpetuaron crímenes imperdonables en China, hoy cuentan con una educación y una cultura basada en la “solidaridad” y demuestran un comportamiento ejemplar ante el mundo. Los mencionados son solo algunos ejemplos que demuestran que, a pesar de mantener la misma carga genética o similar de aquellos que perpetuaron estos crímenes, hoy se transformaron en sociedades más pacíficas y esto no habría sido posible sin esfuerzos y profundos cambios culturales y educativos a su población.

Tales transformaciones emocionales de una sociedad no ocurrirán exclusivamente por las acciones de un sistema educativo. También dependerán de cambios progresivos y lentos que ocurran en instituciones sociales como las familias, las instituciones educativas, las comunidades y los medios de comunicación.

Ahora bien, los últimos descubrimientos científicos han demostrado que al ser humano lo mueven impulsos más emocionales que racionales. De ahí a concebir que muchas de nuestras decisiones y comportamientos son mayoritariamente emocionales. En tal sentido, el papel de la educación en las emociones de los individuos debería contar con un enfoque: preventivo, práctico y de auto-conocimiento.

Con enfoque preventivo

Debería ser preventivo en el sentido de empezar lo más temprano posible, en lo posible desde la infancia. Y práctico pues su objetivo debería centrarse en la resolución pacífica de los conflictos. Allí su objetivo no será evitar los conflictos, esto supone una causa perdida y contraria a la naturaleza humana. Por el contrario, su enfoque estará dado por resolver pacíficamente los conflictos que ocurran. Para ello será importante la empatía, la escucha activa, la consideración de perspectivas. Y, quizás lo más importante, trabajar en lo que Goleman (1995) denomina “el arte de la cooperación”, (p.p 309) a fin de buscar que el conflicto se resuelva, no que escale. 

Con enfoque práctico

Aplicable mediante lecciones continuas, progresivas y repetidas a lo largo del tiempo, se podrá generar esa “alfabetización emocional” de la que se refiere Goleman. Con hechos reales y fomentando esa educación emocional, a través del arte, el deporte, la literatura, inculcando valores de amor, solidaridad, felicidad, de respeto y admiración por los demás.

Con enfoque en el auto-conocimiento

A su vez, la educación emocional implica una fuerte formación en el auto-conocimiento individual donde el individuo pueda identificar lo que hay detrás de cada sentimiento, por ejemplo, comprendiendo que el dolor provoca enfado o de la misma manera en que lo resumía la sabiduría del maestro Yoda en Star Wars, sobre la espiral del miedo “el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento”.

Podría resultar posible que una apuesta por incluir la educación emocional en los currículos y en las instituciones educativas, nos dirija a formar una sociedad más pacífica que lo que hemos mantenido hasta este momento de la historia. Quizás su implementación logre tener un impacto positivo sobre la educación de nuestro país al mantener un enfoque preventivo, práctico que implique un auto-conocimiento de los individuos y que cuente con un papel activo de los maestros y los padres de familia, por ser el primer ejemplo de los niños para el manejo de emociones y la resolución de conflictos.

Es posible que si familias, medios de comunicación e instituciones educativas promueven estos elementos, podremos soñar con una Colombia en Paz, primero en sus emociones y como consecuencia de ello en sus acciones.   

Referencias:

García Villega, M. (2020). El país de las emociones tristes: Una explicación de los pesares de Colombia desde las emociones, las furias y los odios. (1ª, ed).  Ariel.

Goleman, D. (1995). La inteligencia emocional. Por qué es más importante que el cociente intelectual. (1ª ed) :  Penguim Random House.