Ciencias de la Educación

25 de mayo de 2020

Una mirada necesaria a la educación

Juan Sebastian Sabogal

 

El libre mercado ha trastocado cada uno de los espacios necesarios para el bienestar de la sociedad contemporánea. En la actualidad, cada una de las instituciones sociales e inclusive las relaciones humanas parecen haber sido contenidas bajo el espíritu del intercambio de bienes y servicios, bajo una dinámica de competencia constante en donde sólo se busca ofrecer más o “mejores” productos sin una reflexión profunda con respecto a lo que dicha construcción social implica o lo que podría significar la obtención de un “buen producto”.

En tal sentido, la educación y cada uno de los procesos que se pueden entender dentro de ella, también hacen parte de dicho universo en el que se espera la obtención de un buen servicio e inclusive se espera recibir un buen producto, y en busca de tal propósito las instituciones educativas se valen de los resultados de las pruebas estandarizadas como medio publicitario que permite ofrecer un aprendizaje total y un futuro prominente para quienes adquieran los servicios educativos de x o y institución.

En Colombia, los resultados de las pruebas de Estado se convierten en los indicadores más relevantes para el mercado de la educación privada, esto principalmente en los niveles de educación básica y media, en donde tal parece que la obtención de un resultado superior otorga la distinción a una institución de ser mejor que otra; así, comienzan a surgir rankings de los mejores colegios catalogados inclusive en las áreas del conocimiento que evalúa una prueba como Saber 11, sin embargo ¿estas pruebas son indicadores de calidad educativa?, ¿allí se logra evidenciar el desarrollo de habilidades que se han estructurado en la formación del estudiante?

Así pues, en busca de dar respuesta a las preguntas antes mencionadas, es necesario, en primer lugar, abordar la prueba, puesto que es a partir de dicha herramienta desde donde parecen establecerse las habilidades y conocimientos que un estudiante colombiano debe adquirir en su formación durante la educación básica y media. En tal sentido, se entiende que desde el Ministerio de Educación Nacional (MEN) y del Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (Icfes), autor de la prueba de Estado, se establecen una serie de lineamientos que sugieren la estructuración del currículo de las áreas conocidas con el adjetivo de básicas, todo ello a partir de la unificación de los conceptos clave de las diversas áreas del conocimiento, integrados a su vez con el desarrollo de una habilidad y el desarrollo cognitivo del estudiante.

Ciertamente, pareciera que tanto el MEN como el Icfes tienen una visión integradora y hasta cierto punto holística de lo que significa la educación, sin embargo cuando se observa de forma directa la prueba, partiendo de que ninguna evaluación podría cuantificar de forma absoluta el aprendizaje y las habilidades de un estudiante, es reducida a una cierta cantidad de habilidades y conceptualizaciones que no logra representar la mayor parte de lo que se realiza en los procesos de enseñanza y aprendizaje que se desarrollan en la escuela, puesto que se centra únicamente en 5 “áreas”  del conocimiento, Matemáticas, Lectura Crítica[1], Ciencias Naturales, Ciencias Sociales y Competencias Ciudadanas e Inglés. Ahora bien, no sólo basta con tener en cuenta las áreas del conocimiento que componen dicha evaluación, también la estructura de esta es relevante, en la medida en que hace uso únicamente de preguntas de tipo opción múltiple con única respuesta, lo cual no sólo reduce las opciones respecto al uso o ejecución de habilidades, sino que también genera otro tipo de relación frente al tipo de capacidad lectora que el estudiante ejecuta a la hora de desarrollar el cuestionario.

Agregado a lo anterior, es necesario aclarar que la prueba Saber 11, se entiende como un mero requisito que genera un diagnóstico de ciertas competencias, habilidades y conocimientos conceptuales que el estudiante debió adquirir a partir de la mirada que ya ha generado previamente el lineamiento concebido tanto por el MEN como por el Icfes. En este punto, se entiende que cualquier Estado contemporáneo tenga la necesidad de generar un control del sistema educativo alineado a los requisitos y necesidades de la sociedad actual, sin embargo, lo central de la presente reflexión no se encuentra en la prueba en sí misma, se encuentra por el contrario, en la mirada mercantilista que se le ha concedido a los resultados que arrojan las pruebas estandarizadas, razón por la cual en adelante será necesario hablar del mercado educativo.

En Colombia, existe una suerte de liberalización de la educación, libre competencia entre aquellos que prestan el servicio educativo, ya que la misma Constitución política establece que cada familia ha de poseer la autoridad de elegir el tipo de educación que desea para sus hijos. Si bien, existe una aparente diversidad de enfoques y modelos educativos, cada una de las instituciones es medida en términos de calidad a partir de las pruebas Saber, principalmente la asignada al último año de formación. Allí, tanto las instituciones de calendario A (que en su mayoría son de tipo oficial) como las de calendario B (en su mayoría no oficiales), son estandarizadas, medidas y juzgadas con dichos resultados; de esta forma es realmente fácil establecer cuál o cuáles instituciones pueden llevar el adjetivo de “las mejores” del país, todo ello observando sus promedios o inclusive, si se quiere hilar más fino, la dispersión existente en los resultados de sus estudiantes. Si se observa el sistema educativo como un mero ejecutor de los lineamientos que se postulan desde el Estado, probablemente, a partir de los resultados, sería posible afirmar que las diversas instituciones cumplen o no con dicha mirada curricular, sin embargo, si se habla de calidad en un sentido mucho más amplio e inclusive mucho más complejo, la prueba de Estado no tendría la más mínima posibilidad de representar en sí misma los suficientes elementos para establecer qué institución es la mejor o la peor del país.

De esta forma, dada la presión que genera la libre competencia en el campo educativo, las instituciones (principalmente privadas) se ven obligadas no sólo a tener los mayores puntajes en la prueba, sino además a convertirse en una suerte de maquila educativa en donde cada uno de sus procesos se enfoca en la mejora de los resultados e inclusive en aprender de forma mecánica a leer e interpretar el tipo de texto que es la pregunta con respuesta de opción múltiple; así, se transforman los resultados de dichas pruebas en un medio publicitario y ello impulsa la emergencia de un mercado de “asesores” que no sólo ayudan a reestructurar el currículo de las instituciones en busca de mejores resultados, sino que también generan simulacros de forma constante, que inclusive llevan al estudiante a resolver durante el año lectivo una prueba semanal. Así, la educación, elemento tan amplio y complejo, se ha ido transformando en la competencia por obtener la mejor cifra en un cuestionario estandarizado que, desde la misma opinión del MEN y el Icfes, no logra medir a ciencia cierta todas las habilidades, competencias y conceptos que el estudiante puede adquirir durante su formación.

En definitiva, la competencia mercantil que se genera entre las instituciones privadas por obtener los mejores resultados y así atraer a un cliente más selecto y con mayor poder adquisitivo, se transforma en el objetivo central de la formación en los niveles de la educación básica y media, mientras que se descuida una amplia gama de opciones y posibilidades que podría ofrecer la educación, toda vez que esta se centrara en otras formas de aprender e inclusive en el desarrollo de proyectos mucho más amplios que, por qué no, tendrían la capacidad de generar un amplio impacto social e inclusive académico en el país. Así, a partir de dicho contexto, se puede afirmar que respecto a las dos preguntas que se mencionan en el comienzo del presente texto la respuesta es claramente no, pues tanto la calidad como las habilidades que desarrolla un estudiante son dos elementos tan amplios y complejos que probablemente ningún tipo de prueba pueda cuantificar y al mismo tiempo calificar con algún adjetivo el proceso de formación que genera cualquier Institución Educativa del país.

En conclusión, la educación requiere una mirada diferente, una en la que sea entendida tanto por padres como por rectores y docentes, de una forma mucho más amplia, pues si bien la libre competencia en el mercado educativo ha generado esta batalla constante por obtener los mejores números en las pruebas estandarizadas, que a su vez se traducen en mayores oportunidades económicas; en la medida en que los padres observen que hay vida más allá de dichos rankings, también se potenciará la validación de modelos de formación alternativos de objetivos diversificados y tal vez sólo en ese momento se dé cabal cumplimiento a la Constitución Política y su idea de elegir dentro de una amplia gama de opciones la mejor educación para nuestros hijos.

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[1] Si bien, la lectura crítica se entiende como una habilidad, aquí es tenida en cuenta como una suerte de área ya que de lo contrario no sería posible entenderla dentro de dicha estructura.